El extraordinario proceso de paz de Colombia y lo que el mundo puede aprender de él
Hace décadas, una bomba del IRA (Ejército Republicano Irlandés) colocada en un cubo de basura en el centro de Londres arrojó al suelo a un joven colombiano que trabajaba para la Federación del Café.
Se trataba de Juan Manuel Santos, el ahora presidente de Colombia, quien esa noche caminaba por el lugar. Y eso lo motivó a seguir la atribulada historia de hacer la guerra, y la paz, en Irlanda del Norte.
"Cuando vi la fotografía de la reina estrechando la mano de uno de los líderes del IRA dije, 'Dios mío, esto sí es posible'", me dijo, años después, Santos, en la víspera de la firma de un histórico acuerdo de paz con uno de sus más viejos enemigos.
Y en un mundo dominado por guerras horríficas que duran por siempre, el acuerdo de Colombia con el movimiento guerrillero de las FARC se distingue como un momento extraordinario para este país y una rara afirmación del poder de las conversaciones de paz.
"Para nosotros es el momento más importante de nuestra generación", dijo uno de los negociadores colombianos, Sergio Jaramillo Caro, visiblemente emocionado, cuando nos reunimos poco antes de la ceremonia de firma en las afueras de la encantadora ciudad amurallada de Cartagena.
Oscuro capítulo
Como todos los invitados a este evento, Jaramillo se había vestido de blanco para marcar el fin de un oscuro capítulo que dejó más de un cuarto de millón de muertos y decenas de miles de secuestrados o desaparecidos.
"Lo que hemos visto en Colombia es un ejemplo de que si trabajas duro en ello, con mucho apoyo internacional, puedes obtener algo que merece la pena", afirmó, mientras un coro colombiano ensayaba la Oda a la Alegría de Beethoven a la orilla de la pintoresca bahía.
Las negociaciones de Colombia se inspiraron en las lecciones de lugares como Irlanda del Norte y Sudáfrica, cuyos procesos fueron exitosos, así como en otros intentos que fracasaron.
Y es que aunque cada conflicto es diferente, cada proceso de paz arroja desafíos y controversias similares.
"Hay un patrón", afirma Jonathan Powell, quien fue jefe negociador del gobierno británico para el acuerdo del IRA y se convirtió en asesor del presidente Santos.
"Por lo general alcanzas un acuerdo cuando ambos llegan a un punto muerto y las dos partes se dan cuenta de que no pueden ganar militarmente", explica.
Autoridad moral
El presidente Santos, quien fue ministro de Defensa, dejó en claro que su larga lucha contra las FARC -además del canal secreto que estableció hace dos décadas- le dio la fortaleza suficiente para sentarse con su enemigo.
"Ningún otro colombiano los ha golpeado tan duro, así que yo tenía la autoridad moral para negociar la paz con ellos", me dijo en nuestra entrevista, en la que llevaba un broche de una paloma blanca de la paz prendido a la solapa de la chaqueta de su traje.
Uno de los mayores desafíos es el equilibrio entre la paz y la justicia. Esto importuna a cada proceso de paz.
Y Colombia abrió nuevos caminos en el asunto de cómo reconciliar a ambos.
Este es el primer acuerdo de paz en América Latina que no termina en una amnistía general. También ha incluido en las negociaciones a las víctimas, cuyos números extraordinarios suman ocho millones, y a grupos de la sociedad civil.
La respuesta de Colombia a la justicia de transición incluye tribunales especiales para juzgar a los miembros de las FARC, además de soldados y policías de las fuerzas de seguridad de Colombia, por supuestos crímenes de guerra.
También hay un proceso, inspirado por la Comisión de Paz y Reconciliación de Sudáfrica, que permite a los combatientes admitir los actos que cometieron y cumplir castigos que van desde servicios a la comunidad hasta restricciones de movimiento.
"No hay impunidad"
Le pregunté al presidente Santos si le hubiera gustado lograr un acuerdo más duro.
"Me hubiera gustado ver sentencias en la cárcel más largas para los comandantes de la guerrilla", dijo.
Pero insistió en que no hay impunidad.
"Mi instrucción a los negociadores fue ir y buscar la máxima justicia que nos permitiera la paz, y creo que obtuvimos un buen acuerdo", afirmó.
Una guerra de 52 años significa una generación de dolor y desconfianza.
Algunos están dispuestos a perdonar, incluso si no olvidan. Pero otros no.
En una popular cafetería en Cartagena, me reuní con Sigifredo López, quien fue secuestrado por las FARC.
Su esposa, Patricia, llevaba un broche blanco que mostraba que votaría "Sí" para apoyar el acuerdo de paz en el plebiscito nacional el 2 de octubre.
"Ya no queremos más víctimas, ni más violencia", me dijo López enfáticamente.
Sus ojos todavía parecen llenos de tristeza.
Responsabilidad
El exparlamentario fue retenido como rehén de 2002 a 2009 junto con 11 de sus colegas, y fue el único que salió vivo.
"Fuimos a La Habana y nos reunimos con nuestros secuestradores de las FARC", contó Patricia.
"Lloraron cuando escucharon las historias de los hijos cuyos padres ellos masacraron, y aceptaron su responsabilidad".
La mañana siguiente, en un enorme mitin de apoyo a la campaña del "No", escuché las voces indignadas de los que acusan al presidente Santos de permitir que las FARC eludir el castigo.
"Queremos paz, pero este acuerdo no nos traerá la paz", aseguró el senador Luis Araujo, cuyo padre fue secuestrado por las FARC durante seis años.
"Necesitan pasar más tiempo en la cárcel", dijo.
"Tienes que lograr un equilibrio", afirma sin embargo Powell.
"En Irlanda del Norte, dejamos que los terroristas del IRA salieran de la cárcel después de sólo dos años. Fue algo muy difícil".
"Pero si vas con un líder terrorista y le dices: 'Quiero que firmes este acuerdo para lograr la paz y que vayas a la cárcel durante 35 años', ellos no estarán dispuestos a firmar", explica.
Desafíos
Si la historia de los acuerdos de paz nos da alguna lección, es que la mayoría se desbaratan.
Y en el caso colombiano la implementación será dura en un país dañado por tanta violencia.
Las FARC, nacidas de una revuelta campesina marxista-leninista, ahora deben alejarse de su vasta red de actividades criminales, incluido el lucrativo negocio de la cocaína, a cambio de entrar en el proceso político y formar parte de la sociedad colombiana.
Todos los negociadores con quienes hablé admitieron que aún hay un largo camino que recorrer, pero creen que las FARC han cambiado.
"Cualquier diálogo entre seres humanos te cambia", dice el enviado especial noruego Dag Nylander, cuyo país, junto con Cuba, sirvieron como garantes de este proceso.
"Y lo que fue posible hoy no era posible hace cuatro años", agrega.
"Pensamos que este proceso era imposible", aseguró por su parte el presidente Santos cuando le pregunté si Colombia ofrece alguna esperanza para otros conflictos inextricables.
Pero también se mostró algo cauteloso.
"Será un acuerdo que no satisfará a todos pero que traerá la paz, y ese es un mejor acuerdo que continuar con la guerra", concluyó.
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